Pensar en Valentino es pensar en lujo. En elegancia. En alfombras rojas. El
defensor del refinamiento más aclamado y el couturier en activo más apasionante es conocido mundialmente solo por su nombre de pila. Pocos años después de abrir su boutique en Roma, en 1959, Valentino ya estaba en la cumbre del éxito y contaba con Elizabeth Taylor, Jackie Kennedy y Audrey Hepburn entre sus admiradores. Transcurridos más de cuarenta años nada ha cambiado -sigue vistiendo a las grandes estrellas, desde Gwyneth Paltrow hasta Jennifer Lopez-, aunque ahora su empresa es una importante fuerza económica en Italia y su boutique está entre las más famosas del mundo. Valentino siempre ha diseñado moda para mujeres glamurosas y sofisticadas, sin dudar jamás de su idiosincrasia, ni siquiera cuando el grunge, la deconstrucción y otras modas pasajeras eran el último grito. A pesar de que su división de alta costura no es rentable prácticamente nunca, lo que realmente le apasiona son los magníficos vestidos de noche de alta costura que le han valido su reputación de modisto de mayor talento.
El guardián de la llama de la alta costura.
Con su burbujeante, sensual y goloso glamour; los vestidos de Valentino se antojan
marcadamente italianos, la obra de medio siglo de un maestro cuya alma profesional es tan romana como su perfil.
El mantra del diseñador es: “Siempre he querido embellecer a las mujeres”, y
su inspiración, la de un jovencito provinciano en el apagado periodo de la posguerra que iba a ver películas con su hermana y se quedaba prendado de los días de gloria de las divas de Hollywood en sus años de estrellato.
Al igual que los demás romanos, le fascinaba la brillante sofisticación de la dolce
vita y le imprimió la categoría de un clásico. Cuando ya estaba tocado por el estrellato de su propia era, vistiendo a famosas que también eran sus amigas, Valentino se había convertido en parte de la película. Imágenes del joven diseñador de ojos oscuros y profundos y de sus modelos vestidas de prístino blanco acompañaban las fotografías de sus célebres clientas internacionales: Elizabeth Taylor, Sophia Loren y su querida Jackie -Jacqueline Kennedy-, que se dirigió a él para su vestuario oficial y luego para su candoroso vestido de boda para casarse con Aristóteles Onassis.
Pero Valentino no emergió, perfectamente formado, como la Venus de Botticelli, de
un misterioso océano. Podría parecer que su famosa colección Blanca en Florencia, en 1968, marcaba una fácil ascensión. Pero la verdad es distinta: un largo y arduo viaje de más de veinte años hasta alcanzar la fama y la fortuna. Y un toque significativo de estilo francés en su herencia italiana.
Los primeros años de Valentino tienen algo en común con los de los antiguos
maestros del arte italiano... porque el secreto del diseñador es que, a los 17 años, se convirtió en humilde aprendiz, no de un artista, sino de la alta costura. El diseñador principiante fue testigo de la culminación de la alta costura, a medida que las ideas que expresaba con unos cuantos trazos de lápiz se transformaban, gracias al lienzo, los tejidos delicados y las pruebas, en preciosas prendas.
Esos años franceses fueron también el semillero del estilo de Valentino, que creció en esa particular mezcla francoitaliana de etéreo barroco conocida como rococó. Si se quiere definir la esencia del trabajo de Valentino, coincide con la definición de rococó: gestos exquisitos desarrollados a partir de una base esculpida. Es evidente en el trabajo de sastrería del modisto, cuando una chaqueta tiene un cuello de encaje, o una falda termina en un mar de volantes. Los vestidos, con sus capas de milhojas y detalles decorativos, son puro rococó.
Semejante finura no se produce como por encanto. Valentino evoca el aturdidor
volumen de trabajo de aquellos formativos años franceses, después de que sus padres le permitieran irse a París y le encontraran alojamiento en casa de unos amigos. También habla de la gratitud que siente por sus progenitores: su padre lo apoyó cuando, para financiar la nueva Casa de Valentino de Roma, en los años sesenta, decidió vender la humilde casa de campo de los Garavani. El modisto afirma que debe a su elegante madre el consejo de ceñirse siempre a la clase y a la sencillez.
Al margen de su querida alta costura, por la que cada silueta, tejido y adorno son
una decisión persona, Giancarlo Giammetti, su socio y amigo desde que se conocieron en 1960, afirma que el 75% de la producción de la empresa pasa por las ágiles manos del maestro.
¡Y que producción! Mientras que los grandes modistos del pasado mostraban dos
colecciones al año a sus clientas privadas, Giammetti enumera la letanía de las colecciones: prêt-à-porter, ropa deportiva, zapatos, bolsos, cinturones, colecciones de pretemporadas y de crucero. Todas ellas forman en imperio de Valentino. Y luego está esa otra pasarle de la modernidad, la alfombra roja, donde el sueño adolescente de Valentino se hace realidad con cada edición de los premios Óscar o Golden Globe y con las estrellas que él viste, desde Gwyneth Paltrow hasta Julia Roberts.
¿Qué ha inventado Valentino en la moda?
La respuesta es un glamour moderno que ha viajado de la jet set a la era del avión
privado. Y en lo más profundo está un taller en Roma, donde unos vestidos exquisitos se confeccionan acorde a los estándares tradicionales y son presentados como un pastel suntuoso, cuando la costurera destapa su creación y la somete a la aprobación del maestro. Valentino es ahora el último eslabón de la cadena en la historia de la alta costura, el único modisto que fue aprendiz y sigue manteniendo el control creativo absoluto de una casa que él mismo fundó.
El joven mozalbete italiano se ha convertido -por omisión, pero también por deseo-
en el guardián de la llama más pura de la alta costura.
La Casa Valentino: una historia oral.
Un hombre nuevo en la moda: los primeros años.
Valentino Clemente Ludovico Garavani nació en 1932 en la pequeña ciudad de
Voghera, al sur de Milán. Su padre, propietario de un negocio de suministración de eléctricos, y su madre lo adoraban. Ya de muy niño demostró tener un gusto exquisitamente sibarita, al que le fue permitido florecer.
Valentino: Tenía unos padres increíbles. Me dejaban hacer todo lo que quería, pero nunca los engañé. Nunca, nunca, nunca. Y eso me enorgullece mucho. Fui un chico bastante consentido. Recuerdo que a los catorce o quince años pedí que me hicieran los jerséis a la medida -no me gustaban los de las tiendas- y también los zapatos. Mi hermana me llevaba al cine y yo soñaba con mujeres hermosas, extremadamente sofisticadas, todas ellas maquilladas, con joyas y vestidos despampanantes. Creo que fue a partir de entonces cuando decidí que quería ser modisto. Y la película que forjó definitivamente mi destino fue Ziegfeld Girl. Recuerdo todos aquellos vestidos, aquellos trajes largos en blanco y negro. A mí, un chiquillo de 13 años, aquella belleza deslumbrante me hacía soñar muchísimo.
A los 17 años me tocaba ir a la universidad, pero yo no quería ir. Les dije a mis padres: “Escuchad, me encantaría diseñar moda”, porque era muy bueno diseñando cosas, ya de muy, muy joven. Mis padres conocían mucho a un amigo de mi tío que tenía una tienda preciosa en Milán. Así que mi padre le dijo a ese señor: “Mi hijo está empecinado en diseñar moda y tenemos que ayudarlo”. De forma que buscaron y encontraron una escuela en el centro de Milán, que preparaba a los futuros diseñadores. Estudié allí seis meses y cuando mi trabajo ya era bastante bueno, les dije: “ Ahora me encantaría ir a París”. Esa fue mi exigencia y para unos padres burgueses de aquella época resultó bastante escandalosa: “Quiero ir a vivir a París a los 17 años”.
Pero los padres de Valentino no se escandalizaron, y el hombre de la tienda de
tejidos de Milán garantizó alojamiento para Valentino en el apartamento de un patronista que a menudo estaba de viaje. Valentino estudió en la Chambre Syndicale de la Haute Couture Parisienne y los amigos que hizo allí comenzaron a informarle de las casas de alta costura que buscaban a jóvenes diseñadores.
Con el dinero de su padre y de un socio de éste, Valentino montó una tienda en la Vía Condotti de Roma, en 1959.
“Fue Diana Vreeland quien me introdujo en el gran mundo de la alta costura. Lo recuerdo como si fuera ayer: estaba muy nervioso y emocionado. Era 1964 y ya había abierto mi propia maison en Roma, en la Via Condotti. Ser invitado por Diana Vreeland, considerada la Gran Saterdotisa del periodismo de la moda, era como aceptar un desafío, o, mejor dicho, un duelo a muerte. La fui a ver a su casa, que, recuerdo que estaba toda pintada de rojo, del techo al suelo, y llena de objetos exquisitos y curiosos. Creé mi primer vestido para ella y se lo hice llegar. Después me mandó una carta que todavía hoy conservo. Me escribió: Hasta en el momento de nacer se impone siempre la genialidad. Y yo veo genialidad en usted. Buena suerte.”
Mientras Valentino luchaba por levantar su taller de costura, otro jovencito italiano,
Giancarlo Giammetti, buscaba su senda en la vida. Unos años más joven que Valentino, procedía del barrio burgués romano de Parioli y estudiaba con poco entusiasmo para licenciarse en arquitectura.
Poco después de conocerse, Giammetti empezó a pasar sus días en la casa de costura de Valentino y la relación social se convirtió poco a poco en una relación de trabajo.
En ese momento los padres de Valentino intervinieron de nuevo. Vendieron su casa de campo con el fin de mantener a Valentino a flote. Pero eso no era más que un apaño temporal; Valentino y Giammetti tenían que rentabilizar la casa de costura a largo plazo.
Para todo diseñador que quiere alcanzar un mayor reconocimiento de su nombre
tener una clienta famosa es una necesidad. Las sofisticadas romanas de los años sesenta adoraban las creaciones de Valentino, y se las podían permitir. Actrices como Gina Lollobrigida y Sophia Loren y celebridades como Marella Agnelli se hicieron clientas suyas, aunque la fama internacional de Valentino no despegó de verdad hasta que comenzó a vestir a ciertas norteamericanas.
Siguieron más clientas de postín y, en marzo de 1963, la revista Vogue reprodujo
por primera vez a una modelo (Consuelo Crespi) con un vestido de Valentino. Pero, a pesar del éxito creciente de Valentino, él y Giammetti seguían siendo neófitos e iban capeando los problemas según surgían. Introducirse en la aristocracia de la moda no resultaría fácil.
Valentino se globaliza: un imperio en construcción.
A finales de 1968 Valentino había salido en la portada de la revista Life, la revista
Look lo había bautizado como “el nuevo jeque del chic” y Time lo llamaba “Valentino el Victorioso”. Tras menos de una década en la industria de la moda, a los 36 años, Valentino estaba en la cima. Pero la moda estaba cambiando y diseñar solo hermosas colecciones de alta costura ya no era suficiente. En parís, ya a partir de 1960, Yves Saint Laurent y Pierre Bergé habían aunado sus talentos para forjar una sólida entidad en la que el diseñador creaba la ropa y Bergé se aseguraba de que todo el mundo quisiera comprárserla. El otro gran ejemplo de esta dinámica en la moda es la asociación de Valentino y Giammetti. A menudo se compara a los cuatro hombres.
El nombre de Valentino comenzó a circular de boca en boca en los círculos de la
moda de Europa y más allá, aunque una gran casa de costura necesita una gran estrategia publicitaria. En la década de los cincuenta y a principios de los sesenta, la alta costura era casi exclusivamente el coto de la aristocracia, la clase dirigente y las famosas. El resto de mujeres compraban la tela y se la llevaban a la modista del barrio para que les confeccionara una prenda o las cosían ellas mismas. Pero las cosas comenzaron a cambiar con la llegada del prêt-à-porter y se hizo perentorio llegar a un público más amplio. Nacían las relaciones públicas de la moda.
A comienzo de la década de los setenta, Valentino tenía tiendas en Roma, Milán y
Nueva York, pero se le seguía considerando un modisto romano. Giammetti sabía que para expandirse debían establecerse en la capital de la moda, París. En 1975, Valentino abrió dos tiendas en la capital francesa y, por primera vez, presentó su colección de prêt-à-porter en París en lugar de Italia.
Creación de una familia: la vida con los Valentino.
Alguien dijo una vez respecto a Valentino y Giammetti: “Cherches la mère” (Busca
a la madre); esa es la clave de la historia.
Con el tiempo Lina Giammetti, la madre de Giancarlo, terminó viviendo con él en su apartamento de Roma hasta su muerte. La madre de Valentino falleció en el año 1977 y la de Giammetti en el 1996. Sin embargo la atmósfera familiar permaneció.
“Con Valentino el tiempo se mueve en un eterno plano horizontal. Y con el
renacimiento de la aristocracia y de los lugares legendarios de reunión de la alta sociedad, vestir de Valentino, como antes, confiere distinción. Y eso sigue siendo una necesidad tanto para las princesas como para la nueva burgesía.”
Giancarlo Giammetti.
El último vínculo con la dolce vita: presente y futuro.
Mientras la casa Valentino entraba en su cuarta década, los noventa, Giammetti
tuvo que tomar algunas decisiones difíciles. En 1975 el desfile de prêt-à-porter de Valentino se trasladó de Italia a París, pero Roma siguió siendo la base de Valentino, y él un diseñador esencialmente italiano. Creó los uniformes del equipo italiano para los Juegos Olímpicos de 1984, y en 1986 el presidente de Italia nombró Caballero de la Gran Cruz, la mayor condecoración en Italia en el ámbito de las artes, los negocios o las actividades humanistas. Por su vinculación con la ciudad, Valentino había conservado en Roma sus desfiles de alta costura, aunque en 1990 también se mudaron a París. Sin embargo, la casa de costura sigue en pie en Roma y Valentino sigue estando muy identificado con la ciudad.
En 1994, para promocionar la línea de verano de Valentino, el diseñador y
Giammatti reclutaron a Claudia Schiffer para que les ayudara a representar una nueva versión de la imagen más famosa de Roma, la de la escena de La Dolce Vita de Fellini en la que Anita Ekberg baila en la fontana di Trevi.
Valentino nunca ha pasado malas épocas, aunque en los noventa fue cuando más cerca estuvo de padecer una. La tendencia grunge, anatema del estilo de Valentino, ascendía en la moda, el desfile de la alta costura se mudó de Roma a París y Giammetti estaba recuperando todas las licencias Valentino para conservar el control sobre la entidad de la marca.
Valentino y Giammetti decidieron que era hora de fabricar artículos de lujo bajo su
supervisión y su control absoluto. Pensaron que lo primero que debían hacer era relojes, así que decidieron asociarse con la marca Bulgari. Cuando se reunieron con el director de Bulgari, este les dijo: “¿Y si formamos una joint venture en la que nos convirtamos en el accionista mayoritario de Valentino?”.
HdP es una compañía formada por los industriales más importantes de Italia. Si entras en él, eres alguien.
La venta se produjo en el año 1998 y el metálico rondó los 330 millones de dólares. No fue una decisión fácil; en la conferencia de prensa que anunciaba el acuerdo, Valentino se vino abajo.
Aunque Valentino y Giammetti están satisfechos al principio bajo el paraguas de
HdP, la situación se deterioró en los dos años siguientes. Giammetti opinaba que no había compromiso suficiente con la moda y que concentrarse solo en el balance era demasiado miope.
En 2002 Valentino cambió una vez más de manos, cuando la firma textil italiana
Marzotto adquirió la compañía por 210 millones de dólares. Otro gran cambio se produjo el 1 de julio de 2005, cuando Valentino se convirtió en el primer gran diseñador italiano cuyo nombre cotizaba en el mercado bursátil de Milán. Marzotto creó una compañía spin-off llamada Valentino Fashion Group, que engloba a Valentino, un 51% de participación en Hugo Boss y algunas otras marcas de moda menos importantes. El propio Valentino repicó la campana de apertura de sesión de la Bolsa.
Mientras Valentino se acerca a su 75 cumpleaños, mucha gente se pregunta cuándo pensará el diseñador comenzar a frenar la marcha o incluso a apartarse definitivamente.
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